Proyecto Comunitario
«Trabajando junto a un grupo de jóvenes músicos y su maestro, la también artista en residencia Clara de Tezanos y yo colaboramos en una serie de talleres a lo largo de nuestra residencia. Como músico y artista, mi contribución se centró en la modalidad de la improvisación sonora colectiva. Mis objetivos incluían introducir a los participantes en la exploración de órdenes sonoros únicos, nuevas configuraciones auditivas y formas adicionales de ser, mientras descubríamos nuevos territorios sonoros.
Mi aporte a la colaboración se enfocó en el sonido. Incluyó la dirección de ejercicios vocales e instrumentales miméticos, la introducción de ejercicios de escucha ambulatoria y estacionaria, y la práctica de improvisación sonora y musical, en la cual los participantes hacían sonar sus instrumentos de formas no convencionales. Las conversaciones posteriores a cada ejercicio o improvisación ofrecieron oportunidades de intercambio entre los participantes, permitiéndoles comprender de nuevas maneras los talentos sonoros previamente desconocidos de los demás. Se les animó a aprender más sobre su capacidad de escuchar y no simplemente oír. Experimentaron mientras sostenían un espacio sonoro compartido. Desarrollaron la comprensión de que la improvisación requiere autoconfianza, confianza colectiva, apertura e interés genuino en la contribución del otro.
A lo largo de cuatro encuentros —planificados con base en mi comprensión de las propiedades acústicas únicas que surgían de nuestra interacción con el entorno natural (incluyendo el mar, el clima, el viento y las aves) y con la estructura arquitectónica predominantemente de concreto— desarrollamos conversaciones que trascendieron lo sonoro. Compartimos reflexiones sobre nuestras experiencias. El taller final culminó en una improvisación colectiva entre todos los participantes. Esta última improvisación se convirtió en una oportunidad para que cada participante aportara sonidos únicos que fomentaron el riesgo sonoro, la escucha atenta y el crecimiento colectivo.»
– Daniel Melo Morales
Mi aporte a la colaboración se enfocó en el sonido. Incluyó la dirección de ejercicios vocales e instrumentales miméticos, la introducción de ejercicios de escucha ambulatoria y estacionaria, y la práctica de improvisación sonora y musical, en la cual los participantes hacían sonar sus instrumentos de formas no convencionales. Las conversaciones posteriores a cada ejercicio o improvisación ofrecieron oportunidades de intercambio entre los participantes, permitiéndoles comprender de nuevas maneras los talentos sonoros previamente desconocidos de los demás. Se les animó a aprender más sobre su capacidad de escuchar y no simplemente oír. Experimentaron mientras sostenían un espacio sonoro compartido. Desarrollaron la comprensión de que la improvisación requiere autoconfianza, confianza colectiva, apertura e interés genuino en la contribución del otro.
A lo largo de cuatro encuentros —planificados con base en mi comprensión de las propiedades acústicas únicas que surgían de nuestra interacción con el entorno natural (incluyendo el mar, el clima, el viento y las aves) y con la estructura arquitectónica predominantemente de concreto— desarrollamos conversaciones que trascendieron lo sonoro. Compartimos reflexiones sobre nuestras experiencias. El taller final culminó en una improvisación colectiva entre todos los participantes. Esta última improvisación se convirtió en una oportunidad para que cada participante aportara sonidos únicos que fomentaron el riesgo sonoro, la escucha atenta y el crecimiento colectivo.»
– Daniel Melo Morales
